Terapia de choque

Víctor Romero lleva la cuenta de las servilletas de papel que le quedan, tira de la cadena solo en casos extremos, nunca se le ocurriría poner la lavadora a media carga y en el raro caso de quedar con alguien él siempre va cenado de casa.

Desde hace un tiempo no se encuentra bien. Además de que se siente un poco solo, le inquieta esa angustia que se le coge como un pellizco en la boca del estómago y le preocupa el dolor fijo que tiene en el costado derecho y que a veces se le extiende por todo el cuerpo.

Llevado por este malestar decide hacerse un chequeo. El Doctor Urrutia le mandó hacerse algunas pruebas específicas con el fin de descartar lo que ellos llaman “cosas que seguramente no serán nada”. Hoy recoge los resultados.

– Después de los análisis de sangre y de orina, del cultivo, del tac abdominal y del análisis financiero que solicitamos al especialista, ya sabemos qué le ocurre.
– Y bien, ¿de qué se trata, doctor?
– Usted padece un tipo de Tacagnismo.
– Explíquese, por favor.
– Lo que a usted le duele, es gastar dinero.
Víctor, se lleva una mano a la frente y permanece callado mientras el doctor continúa su explicación:
– Hay diferentes tipos de Tacagnismo: el ahorroadicto, el austero, el cuponero y el tacaño en sí. Este último es su caso. ¿Su madre solía reutilizar el papel film? ¿Guardaba el papel de los regalos que le hacían para usarlo después? ¿Cronometraba el tiempo en el que se duchaba?
– A ver… déjeme pensar, mi familia ha sido ahorrativa.
– Siento decirle que definitivamente esto le viene de familia. Y que ser ahorrador
no es lo mismo que ser tacaño.
– ¿Y hay algún tratamiento?
– Está muy avanzado pero podemos probar algo: La terapia de choque.

Las siguientes semanas transcurren con dificultad. Víctor sabe que en esta primera fase del tratamiento tendrá que hacer pequeños y duros esfuerzos. Recuerda las palabras del Doctor Urrutia: “Este es el único camino para reducir su dolor. No se venga abajo”.

Hoy, por prescripción médica, sale a comer a un restaurante y tiene prohibido usar sus cupones descuento. Tendrá que elegir un plato de la carta que realmente le apetezca comer independientemente de su precio, pedirá pan, no se llevará el medio azucarillo, dejará propina y, en ningún caso, sucumbirá a la tentación de volverse para cogerla.

En cuanto pida el café se irá a casa y se echará una larga siesta. Esta vez ha sido todo muy intenso.

Una camarera se arregla el delantal y libreta en mano se dirige a la mesa siete.
– Buenas tardes caballero, ¿qué le pongo?

Víctor levanta la vista. Allí está María Ruiz. Un flashback lo transporta a los 90. A aquel pupitre al fondo de la clase desde donde él contemplaba su larga y rubia melena que tanto soñaba acariciar. La voz de la mujer lo vuelve a traer a la realidad.

– ¡Víctor! ¡Cuánto tiempo!
– ¡Desde el instituto! No sabía que trabajaras aquí.
– Sí, desde que me divorcié.
– Ah, no lo sabía.
– Y tú, ¿qué tal? ¿Tienes mujer, hijos y perrito?
– No, no qué va.
– Me alegro de verte –. Dice ella mientras se hace un silencio inesperado. – Bueno, los gnoquis están de muerte.
– Pues que sean unos gnoquis.
– ¡Marchando!

María se aleja mientras apunta la comanda pero a mitad de camino se vuelve.
– Oye, si algún día quieres que tomemos algo para recordar los viejos tiempos…
Intentando esconder bajo la servilleta de tela las manos sudadas, él responde:
– Sí, cuando quieras.
– Mañana mismo no trabajo, ¿te va bien? Y cenar… ¡hay que cenar igualmente!
– Pues la verdad es que… ¡no tengo nada en mi agenda! – responde Juan con una risita algo nerviosa.
– Perfecto. Voy a pedir esos gnoquis y luego ya concretamos.

La angustia vuelve a su estómago, la inestabilidad se apodera de él y se da cuenta de lo que acaba de pasar: Cena para DOS.