Un buen trabajo
Emilio Cortés no se siente orgulloso de lo que hace pero, estando sin trabajo, de qué otra manera podría mantenerse bajo un techo sin llegar a meterse en el trapicheo.
La clienta que tiene delante es una de esas señoras aburridas que viven en la Avenida Pearson y que se creen cualquier chorrada que venga de un tío como él.
– Una presencia le rodea, voy a limpiar su aura –.
El “Maestro Chao” calcula que eso van a ser 50 euros más. Primero le ofrece un brebaje de hierbas y después le da unos golpecitos usando unas ramas de olivo, como si le estuviera quitando el polvo por todo el cuerpo.
– ¿Ve al hombre con tatuajes que va siempre conmigo? –pregunta la mujer.
– Claro que le veo. Sus tatuajes tienen líneas y formas extrañas.
– ¡Dígale que se vaya, que me deje tranquila!
– ¡Silencio! Cierre los ojos. Shalabim, Shalabam y ahora vete… ¡ya!
– ¿Quién? ¿Yo?
– Oiga… concéntrese, por favor. Respire hondo tres veces. El trabajo está hecho.
Ahora ella abre su cartera y saca 250 euros.
– Muy bien, hija. En un par de días sentirá que ese peso ha desaparecido.
La mujer se aleja escaleras arriba y Emilio, mirándole fijamente el culo, piensa que ya ha caído otra.
Cuando se dispone a contar el dinero, uno de los billetes se desliza sobre la mesa. Lo vuelve intentar y pasa lo mismo. Se pone de pie para alcanzarlo de nuevo y, por el rabillo del ojo, ve que el vaso que está sobre su ouija made in China empieza a moverse.
Tembloroso va leyendo el mensaje que se va dibujando sobre el tablero: N, O, S, O, N… “NO SON FORMAS EXTRAÑAS, ES LA CARA DE MI MADRE. IDIOTA”